—San Sinesio, mártir, en Roma; el
cual ordenado de lector en tiempo del papa san Sixto, habiendo convertido a
muchos a Jesucristo, fue acusado ante el emperador Aureliano, y siendo
degollado alcanzó la corona del martirio.
—los santos mártires Epimaco y Alejandro, en Alejandría, los cuales en tiempo del emperador
Decio, después de haber padecido una larga prisión y diversos géneros de
tormentos, vista su gran constancia en la fe, fueron sentenciados a ser
quemados vivos.
—Las santas mujeres Amonaría, virgen, Mercuria, Dionisia y otra Amonaría, en la misma ciudad; de las cuales la primera en la misma persecución de Decio, después de vencer tormentos nunca oídos, al golpe de la espada llegó al glorioso fin del martirio. El juez afrentado de verse vencido de una mujer, y temiendo que le sucediese con las otras tres lo mismo que con la primera si ejecutaba en ellas los mismos tormentos, mandó que al punto fuesen degolladas el mismo día.
—Los Santos
mártires Hermógenes, Donato y otros veinte dos, en el mismo día. Durante las
persecuciones del siglo III de la Iglesia ganaron la palma del martirio, siendo
un dechado de constancia en medio de crueles tormentos, en Alejandría, en el
año de 250.
—Los Santos mártires Maxencio, Constancio, Crescencio, Justino y sus compañeros, en Tréveris; los cuales en la persecución de Diocleciano padecieron por sentencia del presidente Riccio Varo.
—En Quimper-Irlanda, san Corentino, primer obispo de aquel lugar.
—En el país de Vimeu en Picardía, el tránsito de san Valeri, abad, discípulo de san Columbano. Fué hijo de un caballero de Auvernia, y cuando niño era pastor de ganados. Después fué adelantando en el camino de la perfección, y habiéndose dedicado al servicio de Dios, ocupaba todo el tiempo en predicar, orar, leer y trabajar en labores manuales: murió en 622.
—Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe: La aparición se sucede en año 1531.
Un sábado, que era el 9 de diciembre, antes de amanecer, Juan Diego, indio
recién convertido, pobre y muy cándido, iba desde Tlaltelolco a la iglesia de
Santiago de México a oír la misa de nuestra Señora. Al romper el alba llegó al
pie del Tepeyac, y oyó una melodía concertada, como la de muchas aves que cantasen
á coros. Alzó los ojos hacia el lugar de donde el sonido venía, y vio una nube
resplandeciente de gran claridad, y a su rededor un arco de varios colores.
Embelesado y como fuera de sí quedó el indio con esta aparición; se oyó llamar
por su nombre y subió a toda prisa por el collado. Entonces vio a una señora de
celestial majestad, que le dijo que era la Madre de Dios, y que deseaba que en
aquel sitio se edificase un templo bajo su invocación. Se fue el indio a
noticiarlo a Fr. Juan de Zumárraga, primer obispo de México, prelado discreto,
que no quiso dar entero crédito a la relación del sencillo mexicano. Por la
tarde del mismo día volvió Juan Diego a Tlaltelolco, y al llegar a la cumbre
del cerro halló a la santísima Virgen que le estaba aguardando, quien le dijo
que al día siguiente volviese al obispo y le dijese que ella le enviaba. Hízolo
así, y ya entonces el prelado le oyó con más atención, y lo despidió diciéndole
que volviese a ver a la Virgen, y le pidiese que le diese alguna señal que
acreditase ser la Madre de Dios quien le enviaba, y que era voluntad suya que
se labrase aquel templo. Reparó el obispo que no se excusaba el indio de esto;
y encargó a dos personas de su confianza que le siguiesen, sin advertirlo él,
hasta el lugar señalado, para asegurarse más por este medio de la verdad. Al
llegar el indio al puente de un richuelo que por aquella parte desagua en la
laguna, desapareció, y los enviados del obispo le tuvieron por hechicero, y a su
vuelta dijeron que no se le creyese. Entretanto, el indio halló a la Virgen y le
pidió la respuesta del obispo: le dijo la Señora que al día siguiente en el
mismo sitio le daría señal cierta con que le diesen crédito. Cuando él llegó a
su casa encontró a un tío suyo muy agravado de una fiebre maligna: todo el día
inmediato ocupó Juan Diego en asistirle y curarle. A la madrugada siguiente,
pasando por el lugar por donde había de subir a la cumbre del montecillo, se
acordó de no haber obedecido a la virgen María; le pareció que le reprendería
si pasaba por allí, y tomó otra vereda. Mas al volver la falda del cerro se le
apareció otra vez la santa Virgen: confuso entonces el indio se disculpó con la
enfermedad del tío; pero la celestial Señora le dijo que su tío no moriría de
aquel mal, y que estaba ya sano. Le dijo además que subiese a la cumbre del
cerro, y cortase unas rosas que allí encontraría, y recogiéndolas en su capa
volviese a bajar. Obedeció Juan Diego a pesar de que sabía que no había en aquellos
peñascos rosa ni flor alguna. Llegado a la cumbre, halló un hermoso verjel de
rosas frescas y olorosas, y poniéndose la manta como acostumbran aquellos naturales,
cortó cuantas rosas pudieron caber dentro de ella, las llevó a la Virgen, y
postrado se las mostró. Nuestra Señora, cogiéndolas entonces todas juntas, se
las volvió a verter en la manta, y le dijo que aquélla era la señal que debía
llevar al obispo. Llegó Juan Diego al obispo con su mensaje, le dijo que le
llevaba las señales que le había mandado pedir a la Señora, y desplegando la
manta cayeron las rosas en el suelo, y se vio en dicha manta pintada la imagen
de María santísima como se ve ahora. Admirado el obispo y lleno de gozo por
este suceso, desató al indio la manta que tenía atada atrás y la llevó a su
oratorio. Al día siguiente fué con él al sitio en donde se había de edificar el
templo, y en seguida encontraron al tío, quien les contó que se le había
aparecido la Virgen y le había dado la salud, y que también le había dicho que
era su voluntad que allí se le edificase un templo, y que su imagen se había de
llamar de Santa María de Guadalupe.
Entretanto,
se había difundido por el pueblo la fama de esta maravilla, y los vecinos
acudían a venerar la imagen al oratorio del obispo. Después fué colocada en un
altar de la catedral, donde estuvo mientras se edificó una ermita en el lugar que
había señalado el indio, a la cual fué trasladada luego con procesión y fiesta
solemne. Posteriormente, en el año 1622, a poca distancia de la ermita antigua se
edificó un templo suntuoso, donde todavía se venera la santa imagen de nuestra
Señora, que bajo dicho título de Guadalupe es patrona de todo el reino de Nueva
España.
—Y en otras partes se hace la fiesta y la conmemoración de otros
muchos santos Mártires, Confesores y santas Vírgenes.
Alabado y glorificado sea Dios eternamente.
AÑO
CRISTIANO
POR
EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).
Traducido
del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.





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