lunes, 7 de abril de 2025

SAN GERMAN, LLAMADO JOSÉ, DEL ORDEN PREMONSTRATENSE. —7 de abril.

 



  El bienaventurado Hermán José, tan conocido por su tierna devoción a la santísima Virgen, fue de nación alemán, de familia honrada, en un tiempo bastantemente opulenta, pero que se vio después reducida a una escasa medianía de bienes de fortuna. Nació en Colonia hacia el fin del siglo XII, y en su educación se experimentaron los defectos del triste estado de su casa, porque no fue la mejor; pero el niño Hermán fue prevenido con grandes bendiciones del cielo casi desde la cuna.

 

 No se descubrieron en él aquellos defectos que son tan comunes en la niñez. Era dulce, apacible, dócil, y todas sus inclinaciones tan naturalmente propensas a la piedad, que parecía haber ya nacido formado para la virtud.

 

 Se anticipó al uso de la razón la singular devoción que profesó a la santísima Virgen. Aun no tenía siete años, cuando huyendo de los divertimientos propios de aquella edad, se retiraba secretamente a una iglesia dedicada a la Reina del cielo, y allí pasaba todo el tiempo que los demás niños empleaban en holgarse. Postrado a los pies de una imagen de la Madre de Dios, que tenía a su preciosísimo Hijo en los brazos, unas veces hablaba con la Madre, y otras con el Hijo, con aquel candor y con aquella santa sencillez que inspira el Señor a las almas inocentes.

 


 Con esta devota simplicidad presentaba muchas veces a la Virgen y al niño Jesús las flores y la fruta que le daban y él podía recoger, instándoles con piadosa importunidad que admitiesen aquella corta demostración de cariño. Así el Hijo como la Madre se agradaban mucho de aquella inocente candidez; y se asegura que la acreditaron con diferentes milagros.

 

 Pero el mayor de todos ellos, o uno bien singular, era la ternura con que la santísima Virgen correspondía a los amores del inocente niño Germán. Se le aparecía muchas veces en la iglesia, le colmaba de bendiciones celestiales, le instruía por sí misma, y aun le socorría con algunas cosillas que había menester, como lo declaró el mismo Hermán poco tiempo antes de morir.

 


 Aún no había cumplido los doce años, cuando fue admitido como por alumno en el monasterio de Steinfeldt, del Orden premonstratense; y mientras tenia edad para tomar el santo hábito, le enviaron a Frisia para que estudiase en una casa de la Orden. Hizo admirables progresos así en las ciencias como en la virtud, creciendo esta al mismo paso que los años. Vuelto a Steinfeldt, le hicieron refitolero. Pero como este oficio le dejase poco lugar para atender a sus ordinarias devociones, estaba desazonado con él, y aun llegó a mostrarlo. Se le apareció la santísima Virgen, y le reprendió, diciéndole: Acuérdate, hijo, que tu primera obligación es la obediencia. Todas esas devociones voluntarias muchas veces son frutos del amor propio. Nunca agradarás más a mi Hijo y a mí, que cuando te dejares gobernar únicamente de la santa obediencia. ¿No es grande honra y grande dicha tuya el servir a tus hermanos? La caridad encierra en sí todas las demás virtudes. Hizo tanto fruto esta lección, que en adelante en ninguna cosa hallaba gusto nuestro Hermán sino en obedecer; y cuando se atravesaban los favores del cielo con las obligaciones del oficio, dejaba aquellos por estas.

 

 Seria cosa larga apuntar, cuanto más referir individualmente, las singulares dignaciones de la santísima Virgen con este su fidelísimo siervo. Apariciones frecuentes, conversaciones familiares, protección muy especial, dones, privilegios, beneficios; en fin, todas aquellas gracias con que esta benignísima Señora acostumbra honrar a las almas más queridas, más privilegiadas y más favorecidas suyas, todas eran muy ordinarias en German José. Un religioso premonstratense, confidente suyo, que escribió su vida, asegura con ingenuidad que a él mismo se le harían increíbles, si no hubiera sido testigo de ellas.

 

 Á la verdad, ningún devoto de esta Señora parece que pudo amarla con mayor ternura, ni venerarla con mayor celo y más profundo respeto. Solo con ver una imagen de la Virgen se quedaba extático y arrobado. Siempre que pronunciaba su dulcísimo nombre hacia una profunda inclinación con todo el cuerpo, postrándose casi hasta la tierra; y aseguraba que sentía entonces una suavidad espiritual muy superior a todo lo que puede percibir el gusto, y ni apenas concebir la imaginación. Por su inocentísima vida, por su amor a la Reina de los Ángeles, y por su singular castidad, comenzaron los religiosos a darle el nombre de José. Él se resistía a admitirle, diciendo que era profanar un nombre tan santo aplicarle a quien no tenía ninguna de las virtudes del santo Patriarca; pero habiéndosele aparecido la Virgen, y habiéndole dado a entender que aquel nombre le convenía, le retuvo hasta la muerte.

 


 Fácil es de comprender de qué medios se valió para merecer del cielo tantas y tan singulares gracias y favores, que contribuyeron mucho a su santificación. Se pudiera asegurar que la humildad fue el carácter y el distintivo de este gran siervo de Dios, según el bajo concepto que tenia de sí mismo. Su vida fue un prodigio de penitencia. Casi nunca comía mas que pan y agua; y eran continuas sus vigilias, y cuando se veía precisado a tomar algún descanso, se echaba sobre unos manojos de sarmientos, sirviéndole una piedra de cabecera. Decía que esta vida era tiempo de mortificación, y que estaría inconsolable si se le pasase un solo momento sin padecer algo. Llegó a tener algún escrúpulo de haber excedido a sus fuerzas los piadosos rigores que arruinaron su salud. Pero las penitencias voluntarias no fueron las que únicamente dieron mucho ejercicio a su mortificación y a su paciencia. Para templar la satisfacción que le podían causar los extraordinarios favores que recibía del cielo, y también para purificar más su virtud, permitió el Señor que fuese inquietado y humillado con prolijas y molestas tentaciones, afligiéndole al mismo tiempo con diversas enfermedades corporales, que le redujeron a un estado digno de compasión, sirviendo no poco para que se hiciese admirar su perfecta resignación en las disposiciones del cielo, y su invicta tolerancia.

 

 Ordinariamente se aumentaban sus penas interiores y sus dolores en las vísperas de las grandes festividades, disponiéndole Dios de esta manera para que recibiese las extraordinarias gracias con que solía favorecer a aquella inocente alma en semejantes días. En la vigilia de Navidad se vio reducido a tan lastimoso estado, que creyó había llegado ya su última hora, cuando a media noche se halló de repente tan sano y tan robusto, que pudo asistir a Maitines y a la misa.

 

 Profesaba singular devoción a santa Úrsula y a sus compañeras, en cuya honra compuso algunas devotas canciones, y no paró hasta conseguir algunas reliquias de aquel santo ejército de vírgenes, para enriquecer con ellas la iglesia de su monasterio. Pero en la devoción al santísimo Sacramento se excedía a sí mismo, explicándose ordinariamente sus frecuentes visitas, sus continuas adoraciones, y los devotos ejercicios que hacía para venerarle en amorosos éxtasis y deliquios.

 


 Luego que se vio elevado a la dignidad del sacerdocio, le ocupaba únicamente la majestad del divino sacrificio, mostrando en él fuego que arrojaba su semblante, mientras celebraba la misa, el que abrasaba interiormente su inflamado corazón. Solo con verle en el altar avivaba la fe de los circunstantes, siendo indicio las dulces y tiernas lágrimas que derramaban sus ojos de la abundancia de gracias y dulzuras interiores que inundaban aquella purísima alma.

 

 Por tres días enteros se le vio arrobado en éxtasis. Compuso una exposición sobre los Cantares, cuyos sublimes pensamientos acreditan bien la divina luz que recibía del cielo en la íntima comunicación con el Señor. Ya había muchos años que este fiel siervo de Dios, consumido de penas interiores y de dolores corporales, estaba tan débil, que al parecer vivía de milagro, cuando quiso en fin el Señor recompensar sus trabajos.

 

 Hacía, el fin de la Cuaresma desearon mucho ver al bienaventurado Germán José las religiosas Bernardas de un monasterio no muy distante del de Steinfeldt; y aunque al abad le costaba repugnancia dejarle salir, no pudo negarse a las instancias de las monjas. Luego que llegó el Santo al convento, con el mismo báculo que llevaba trazó el hoyo que le había de servir de sepultura. Sabiendo que le restaban pocos días que vivir, dobló su fervor, y se dedicó a consolar a aquellas religiosas con el mayor celo y caridad. El tercer día de Pascua se sintió extraordinariamente debilitado, y solo pensó en disponerse para la muerte con tiernos y continuos coloquios con Dios y con la santísima Virgen, estando casi siempre extático y arrobado. Finalmente, el jueves de la semana de Pascua del año 1233, aquella inocente alma, colmada de tantos favores del cielo, dotada del don de profecía y de milagros, fué á recibir del Padre de las misericordias y del Dios de todo consuelo el premio debido a su fidelidad y a su inocencia. Le enterraron en aquel propio sitio que él mismo había trazado; pero el abad y religiosos de Steinfeldt, no pudiendo sufrir verse privados de aquel tesoro, alcanzaron licencia del arzobispo de Colonia para trasladarle a su monasterio; hallándose incorrupto y entero el santo cuerpo siete semanas después de enterrado, cuando se hizo la traslación, la que quiso el Señor acompañar con gran número de milagros. Desde luego se puso su nombre en los martirologios y calendarios en el día 7 de abril, y poco después se comenzó a celebrar su memoria con fiesta y oficio eclesiástico en la Orden premonstratense y en varios lugares del arzobispado de Colonia. El año de 1628 se comenzaron a formar nuevos procesos en orden a su canonización a instancias del emperador Fernando II y a solicitud del arzobispo elector de Colonia, Fernando de Baviera. Algunas reliquias del beato Hermán José, ricamente engastadas, se veneran públicamente en Colonia, en la abadía del Parque, junto a Lovaina, en la de Tongerio, en la Cartuja de Colonia, y en la abadía de San Miguel de Amberes; pero la mayor parte de su cuerpo se conserva en Steinfeldt.

 

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864)

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.


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