La bendita Reina fué
natural de la ciudad de Alesia, sita en la parte septentrional de Germania; su
padre fué gentil y se llamó Clemente. Siendo de edad de quince años creyó en
Cristo sin que su padre lo supiese, y bien instruida en la fe católica se bautizó
y ofreció a Dios su virginidad y pureza.
Era tan hermosa (esmalte que divinamente sale sobre el oro de la virtud) que, pasando acaso por Alesia Olibrio, prefecto, y viéndola, se enamoró de ella.
La hizo venir a su presencia, y sabiendo de
ella misma que era cristiana la mandó poner en la cárcel, advirtiéndola que él
iba a un viaje y que si al volver de él no había mudado de religión
experimentaría su rigor. Volvió de su viaje, y habiendo sacrificado a
sus falsos dioses hizo sacar de la cárcel a la santa virgen Reina. La mandó sacrificar,
y hallándola firme y constante en la fe que había prometido a su esposo Jesús
la hizo suspender en el ecúleo, después herir por mucho tiempo con varas de
hierro, y atormentar y rasgar sus delicadas carnes con uñas de acero. Tan cruel
fué este martirio y tan horrendamente fué herida y despedazada la santa virgen,
que el mismo Olibrio y todos los demás circunstantes cubrían sus rostros de horror
por no ver tan lastimoso espectáculo y tanto rigor. Los arroyos de sangre que
corrían no parece posible que de tan tierno y delicado cuerpo manasen. Pero
viéndola constante siempre, el cruel Olibrio la mandó descolgar del ecúleo y
volver a la cárcel.
Puesta segunda vez en la cárcel, fué admirablemente consolada por su divino Esposo, el cual le envió una cruz de oro de maravillosa hermosura, sobre la cual tremolaba una hermosísima paloma, que sin duda era el Espíritu Santo, que bajó a consolarla y sanarla de sus heridas, y animarla para el fin de la pelea.
Llegaba la cruz de la tierra al cielo, y la
paloma volaba sobre la cabeza de la bendita Reina, como halagándola, acariciándola
y consolándola, junto con animarla a la corona del martirio que le esperaba.
Pasados dos días fué sacada segunda vez de la cárcel, y puesta a la presencia
de Olibrio la mandó otra vez poner en el ecúleo, y que debajo encendiesen una
grande hoguera que la abrasase; y cuando ya el fuego había hecho su oficio, la
mandó descolgar, y que, atada de pies y manos, como inocente cordera, la metiesen
dentro de un baño de agua muy fría para que con la contrariedad de los
tormentos padeciese más crudamente; y al entrarla en el baño hubo un horrible
terremoto, y aquella hermosa paloma que en la cárcel la había consolado bajó sobre
ella, y desatándola todas las prisiones la dejó libre y sana, y puso una corona
de oro y piedras de inestimable valor sobre su hermosa cabeza, y bajó una voz
del cielo que la convidaba al reino que tan valerosamente había ganado. Este prodigio
fué tan patente a todos los que habían concurrido a ver el espectáculo, que se
convirtieron a la fe de Jesucristo ochocientos cincuenta gentiles. Con esto se
encendió más en furor diabólico el presidente, y la hizo degollar, con que acabó
gloriosamente su triunfo; y para mayor gloria suya permitió su amado esposo
Jesús que toda la ciudad concurriese y viese su bendita alma ir gloriosa al
cielo en manos de los santos ángeles, que envidiosos de su triunfo se la
presentaron gozosos a su Criador. Fué sepultado su glorioso cuerpo por los cristianos
en la misma ciudad de Alesia, donde resplandece en milagros. Fué su glorioso martirio el 7 de septiembre (día en que la
Iglesia celebra su fiesta), por los años del Señor de 214. Escribieron
su vida y martirio Beda, Usuardo, Adón, Mombricio, tom.
II. Vit. Sanct.; Pedro de Natalibus In cathalog. sanct., lib. VIII, cap. 47; el
Martirologio romano, y Baronio en sus Anotaciones.
LA
LEYENDA DE ORO (1896)
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