El 11 de diciembre del año 1555, nació nuestra Venerable Ana de
San Agustín en Valladolid (España). Después
de una niñez, pasada en la adquisición y práctica de sólidas virtudes
cristianas que el Niño Jesús, de cuyas apariciones frecuentemente gozaba, iba
sembrando en el corazón de su amada Esposa, el mismo Divino Niño la llamó a la
Orden de su Madre con estas palabras: “Esta ha de ser tu vocación”.
Algún
tiempo tardó la Venerable en llevar a feliz término el llamamiento del cielo; y
aun llegaron a enfriarse sus grandes fervores, hasta que, un Domingo de Ramos,
mientras asistía a los divinos oficios, vio que una imagen de Cristo fijaba en
ella los ojos, al mismo tiempo que le decía: “Todos me dejáis”; palabras que del todo le trocaron el corazón y convirtieron
sus ojos en dos fuentes de lágrimas.
Fidelísima a la gracia de Dios, abandonó el mundo, ingresando en el
Convento de Carmelitas Descalzas de Malagón, donde vistió el hábito de la
Descalcez el 3 de Mayo de 1577, a los veintiuno de edad, profesando el 4 de
mayo del siguiente año.
En
este nuevo estado subieron de punto y adquirieron nuevos realces sus virtudes. Designada por Dios para compañera de Santa Teresa en la
fundación de Villanueva de la Jara, partieron con otras religiosas para dicha
villa, a donde llegaron el 21 de febrero de 1580. Aquí fue donde, como
en campo anchuroso y vastísimo, se extendieron más y más las heroicas virtudes
que atesoraba aquel virginal corazón. Todas las virtudes, carismas y dones
celestiales parecen porfiaban entre sí por adueñarse y campear en su seráfico
pecho; razón por la cual se hace muy difícil el resaltar sobrepujanzas donde
todos eran admirables y aventajadísimos. No obstante,
resplandecen muy particularmente en la Venerable Madre Ana de San Agustín una
fe muy vivísima y confiada y un amor intensísimo y abrasador de Dios y del
prójimo. Bastará recordar, por lo que atañe a la primera, aquellas
palabras suyas que, preguntada cómo se portaba con Dios para obligarle a que le
concediese cuanto le pedía, respondió: “Teniendo mucha fe. Yo no me
canso con su Majestad en pedirle muchas veces una misma cosa, porque desde la
primera súplica echo toda la fe, y con eso se negocia presto.”
En
cuanto a la segunda, valga por todo encarecimiento, traer a la memoria de aquel
hecho, ocurrido cierta noche de una Semana Santa,
cuando, al encontrar la Madre Ana de San Agustín en su celda y viendo en un
rincón de ella a Cristo, muy llagado y pesaroso, le preguntó, con estilo y
ternura que únicamente los santos pueden usar y sentir: “¡Señor!
¿Cómo estáis aquí de esta manera?” A
lo cual le respondió Jesucristo: “Mira cómo me tratan los hombres: aquí vengo a descansar
contigo.”
En
este continuado ejercicio de todas las virtudes transcurrieron los muchos años
de su vida religiosa, regalada de Dios con dones del cielo, admirada de los
ángeles, reverenciada de propios y extraños y aclamada del pueblo como santa,
hasta que llegó la hora de su preciosa muerte, acaecida el 11 de diciembre de
1624.
Incoado el proceso de su beatificación, interrumpido por las
aciagas vicisitudes de los tiempos, fueron declaradas heroicas sus virtudes por
la Santidad de Pío VI el 15 de diciembre de 1776.
El cuerpo de la Venerable Madre Ana de San Agustín yace
incorrupto en la iglesia del Convento.
Oración para pedir la
beatificación de la Venerable Madre Ana de San Agustín
¡Oh, Jesús, corona de las vírgenes! Por
la intercesión de vuestra divina Madre, y Madre también nuestra amantísima, la
Virgen María, os suplicamos que os dignéis ensalzar al honor de los altares a
la Venerable Madre Ana de San Agustín; concediéndonos que todos los que, para
gloria vuestra, la alabemos en la tierra, cantemos eternamente vuestras
misericordias en el cielo.
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