viernes, 12 de diciembre de 2025

MARTIROLOGIO ROMANO: 12 DE DICIEMBRE.

 



—San Sinesio, mártir, en Roma; el cual ordenado de lector en tiempo del papa san Sixto, habiendo convertido a muchos a Jesucristo, fue acusado ante el emperador Aureliano, y siendo degollado alcanzó la corona del martirio.



 

—los santos mártires Epimaco y Alejandro, en Alejandría, los cuales en tiempo del emperador Decio, después de haber padecido una larga prisión y diversos géneros de tormentos, vista su gran constancia en la fe, fueron sentenciados a ser quemados vivos.



 

—Las santas mujeres Amonaría, virgen, Mercuria, Dionisia y otra Amonaría, en la misma ciudad; de las cuales la primera en la misma persecución de Decio, después de vencer tormentos nunca oídos, al golpe de la espada llegó al glorioso fin del martirio. El juez afrentado de verse vencido de una mujer, y temiendo que le sucediese con las otras tres lo mismo que con la primera si ejecutaba en ellas los mismos tormentos, mandó que al punto fuesen degolladas el mismo día.



—Los Santos mártires Hermógenes, Donato y otros veinte dos, en el mismo día. Durante las persecuciones del siglo III de la Iglesia ganaron la palma del martirio, siendo un dechado de constancia en medio de crueles tormentos, en Alejandría, en el año de 250.

—Los Santos mártires Maxencio, Constancio, Crescencio, Justino y sus compañeros, en Tréveris; los cuales en la persecución de Diocleciano padecieron por sentencia del presidente Riccio Varo.



 

En Quimper-Irlanda, san Corentino, primer obispo de aquel lugar.


—En el país de Vimeu en Picardía, el tránsito de san Valeri, abad, discípulo de san Columbano. Fué hijo de un caballero de Auvernia, y cuando niño era pastor de ganados. Después fué adelantando en el camino de la perfección, y habiéndose dedicado al servicio de Dios, ocupaba todo el tiempo en predicar, orar, leer y trabajar en labores manuales: murió en 622.




—Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe: La aparición se sucede en año 1531. Un sábado, que era el 9 de diciembre, antes de amanecer, Juan Diego, indio recién convertido, pobre y muy cándido, iba desde Tlaltelolco a la iglesia de Santiago de México a oír la misa de nuestra Señora. Al romper el alba llegó al pie del Tepeyac, y oyó una melodía concertada, como la de muchas aves que cantasen á coros. Alzó los ojos hacia el lugar de donde el sonido venía, y vio una nube resplandeciente de gran claridad, y a su rededor un arco de varios colores. Embelesado y como fuera de sí quedó el indio con esta aparición; se oyó llamar por su nombre y subió a toda prisa por el collado. Entonces vio a una señora de celestial majestad, que le dijo que era la Madre de Dios, y que deseaba que en aquel sitio se edificase un templo bajo su invocación. Se fue el indio a noticiarlo a Fr. Juan de Zumárraga, primer obispo de México, prelado discreto, que no quiso dar entero crédito a la relación del sencillo mexicano. Por la tarde del mismo día volvió Juan Diego a Tlaltelolco, y al llegar a la cumbre del cerro halló a la santísima Virgen que le estaba aguardando, quien le dijo que al día siguiente volviese al obispo y le dijese que ella le enviaba. Hízolo así, y ya entonces el prelado le oyó con más atención, y lo despidió diciéndole que volviese a ver a la Virgen, y le pidiese que le diese alguna señal que acreditase ser la Madre de Dios quien le enviaba, y que era voluntad suya que se labrase aquel templo. Reparó el obispo que no se excusaba el indio de esto; y encargó a dos personas de su confianza que le siguiesen, sin advertirlo él, hasta el lugar señalado, para asegurarse más por este medio de la verdad. Al llegar el indio al puente de un richuelo que por aquella parte desagua en la laguna, desapareció, y los enviados del obispo le tuvieron por hechicero, y a su vuelta dijeron que no se le creyese. Entretanto, el indio halló a la Virgen y le pidió la respuesta del obispo: le dijo la Señora que al día siguiente en el mismo sitio le daría señal cierta con que le diesen crédito. Cuando él llegó a su casa encontró a un tío suyo muy agravado de una fiebre maligna: todo el día inmediato ocupó Juan Diego en asistirle y curarle. A la madrugada siguiente, pasando por el lugar por donde había de subir a la cumbre del montecillo, se acordó de no haber obedecido a la virgen María; le pareció que le reprendería si pasaba por allí, y tomó otra vereda. Mas al volver la falda del cerro se le apareció otra vez la santa Virgen: confuso entonces el indio se disculpó con la enfermedad del tío; pero la celestial Señora le dijo que su tío no moriría de aquel mal, y que estaba ya sano. Le dijo además que subiese a la cumbre del cerro, y cortase unas rosas que allí encontraría, y recogiéndolas en su capa volviese a bajar. Obedeció Juan Diego a pesar de que sabía que no había en aquellos peñascos rosa ni flor alguna. Llegado a la cumbre, halló un hermoso verjel de rosas frescas y olorosas, y poniéndose la manta como acostumbran aquellos naturales, cortó cuantas rosas pudieron caber dentro de ella, las llevó a la Virgen, y postrado se las mostró. Nuestra Señora, cogiéndolas entonces todas juntas, se las volvió a verter en la manta, y le dijo que aquélla era la señal que debía llevar al obispo. Llegó Juan Diego al obispo con su mensaje, le dijo que le llevaba las señales que le había mandado pedir a la Señora, y desplegando la manta cayeron las rosas en el suelo, y se vio en dicha manta pintada la imagen de María santísima como se ve ahora. Admirado el obispo y lleno de gozo por este suceso, desató al indio la manta que tenía atada atrás y la llevó a su oratorio. Al día siguiente fué con él al sitio en donde se había de edificar el templo, y en seguida encontraron al tío, quien les contó que se le había aparecido la Virgen y le había dado la salud, y que también le había dicho que era su voluntad que allí se le edificase un templo, y que su imagen se había de llamar de Santa María de Guadalupe.

Entretanto, se había difundido por el pueblo la fama de esta maravilla, y los vecinos acudían a venerar la imagen al oratorio del obispo. Después fué colocada en un altar de la catedral, donde estuvo mientras se edificó una ermita en el lugar que había señalado el indio, a la cual fué trasladada luego con procesión y fiesta solemne. Posteriormente, en el año 1622, a poca distancia de la ermita antigua se edificó un templo suntuoso, donde todavía se venera la santa imagen de nuestra Señora, que bajo dicho título de Guadalupe es patrona de todo el reino de Nueva España.


 

—Y en otras partes se hace la fiesta y la conmemoración de otros muchos santos Mártires, Confesores y santas Vírgenes.

 

 

Alabado y glorificado sea Dios eternamente.

 

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.

 


jueves, 11 de diciembre de 2025

MARTIROLOGIO ROMANO: 11 de diciembre.

 



—San Dámaso, papa y confesor, en Roma; el cual condenó al heresiarca Apolinario, y restituyó a Pedro, obispo de Alejandría, que había sido ahuyentado de su silla por los herejes; halló también muchos cuerpos de santos Mártires, e ilustró sus sepulcros con epitafios en verso.


 

—Los santos mártires Victórico y Fusciano, en Amiens, los cuales, en el mismo imperio, por sentencia del presidente Riccio Varo fueron atormentados atravesándoles las narices y las orejas con sortijas de hierro, taladrándoles las sienes con clavos ardiendo, arrancándoles los ojos y asaeteándolos, y de esta suerte degollados juntamente con san Genciano, su huésped, pasaron al Señor. (Los santos Victórico y Fusciano eran dos hombres apostólicos que fueron a predicar la fe a las Gallas casi al mismo tiempo que san Dionisio de París. Penetraron hasta las partes más remotas de aquel reino, y al fin hicieron a Teruán asiento principal de su misión. Pasando a Amiens, donde Ricio Varo perseguía a los Cristianos con mas que salvaje brutalidad, se alojaron en casa de un tal Genciano que deseaba ser discípulo de Cristo. Este les informó de que poco antes san Quintín había padecido el martirio; y no bien les acababa de contar las circunstancias de aquel padecimiento, cuando llegaron los satélites de Riccio Varo, y prendieron, no sólo á los dos apóstoles, sí no que también a su huésped. Los tres fueron martirizados el año 286). 


—San Barsabas, mártir, en Persia.



—San Sabino, obispo, es muy venerado en Plasencia por sus virtudes y por los muchos milagros que por su intercesión obró el Señor. Floreció en el siglo IV.



—San Daniel Stilita o de la Columna, en Constantinopla. (Habiendo determinado imitar el modo de vida que había visto en san Simeón, eligió un sitio en el próximo desierto de las montañas que avanzan hasta el Ponto Euxino, á unas cuatro millas del mar, y siete de Constantinopla hacia el Norte. Allí le construyeron una columna, en cuyo remate vivió expuesto sin abrigo a fuertes vientos y fríos crueles, hasta la edad de ochenta años. Sin bajarse de ella fue ordenado de sacerdote por Pennadio, obispo de Constantinopla, y el Santo dijo misa en el mismo estrecho sitio; y la primera vez administró la Comunión al Patriarca, como lo hizo en adelante muchas veces de sus manos. La comida de que comúnmente usaba eran raíces y yerbas desabridas, y a veces pasaba días enteros sin tomar alimento alguno. Le honró Dios con el espíritu de profecía y el don de milagros. Predijo su muerte propia, la cual aconteció en su columna en el año de 494, habiéndole asistido en sus últimos momentos el patriarca Eufemio. Tres días antes de morir ofreció a media noche el santo sacrificio, y fue visitado de los Ángeles en una visión).



—El martirio de san Trason, igualmente en Roma; el cual, porque alimentaba de su hacienda a los cristianos que trabajaban en los baños y otras obras públicas, y a los encarcelados, por decreto de Maximiano fue preso y coronado con el martirio juntamente con otros dos llamados Ponciano y Pretextato. NO HAY IMAGEN

—San Eutiquio, mártir, en España.




 

—Y en otras partes se hace la fiesta y la conmemoración de otros muchos santos Mártires, Confesores y santas Vírgenes.

 

 

Alabado y glorificado sea Dios eternamente.

 

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.


miércoles, 10 de diciembre de 2025

MARTIROLOGIO ROMANO: 10 DE DICIEMBRE.

 



—San Melquíades, papa, en Roma; el cual, habiendo padecido muchos trabajos en la persecución de Maximiano, restituida la paz a la Iglesia murió en el Señor.


—El martirio de santa Eulalia, virgen, en Mérida en España; la cual en tiempo del emperador Maximiano, siendo de doce años de edad, por mandato del presidente Daciano padeció muchos tormentos por haber confesado a Jesucristo; y últimamente colgada en el caballete, allí le arrancaron las uñas, y con hachas encendidas le abrasaron ambos costados, y ahogada con la violencia del fuego, entregó su espíritu al Señor.


—Santa Julia, virgen y mártir, en la misma ciudad, compañera de santa Eulalia, de la cual no se separó durante todo el tiempo de su martirio.



—Los santos mártires Menas, Hermógenes y Eugrafo, martirizados en tiempo de Galerio Maximiano, en Alejandría. (Menas era un funcionario público encargado de hacer cumplir los mandatos del Emperador. Habiendo reprendido cierto día a Hermógenes, porque con su elocuencia convertía a muchos gentiles, viendo que el siervo de Dios no hacía caso de sus amonestaciones, mandó prenderle, y luego arrancarle la lengua y los ojos. Mas dos días después de haberse ejecutado sus órdenes volvió a ver al Santo con los ojos y la lengua recobrados. Admirado del portento, y tocado de la divina gracia, abrazo la fe y fue bautizado. Eugrafo era otro gentil que también hacia el oficio de notario en las ejecuciones, y que igualmente se convirtió en vista de los milagros de los Mártires, y los tres Santos fueron juntamente degollados en el año 307).



—Los Santos mártires Mercurio y sus compañeros soldados, en Lentini de Sicilia; los cuales en el imperio de Licinio por sentencia del presiden Tertilo fueron degollados. Mercurio era centurión romano, que se hallaba con sus soldados en Lentini, en Sicilia, cuando sucedió la conversión del emperador Constantino a la religión cristiana. Era cristiano y había hecho conocer a sus subordinados las luces del Evangelio, de modo que todos habían recibido el agua santa. El cruel Licinio, que todavía hacía correr en Occidente la sangre de los fieles, mandó que todos aquellos cristianos adorasen a los ídolos o que fuesen degollados, y habiéndose todos negado a lo primero alcanzaron la palma del martirio á principios del siglo IV.



—San Gemelo, mártir, en Ancira de Galacia; el cual después de crueles tormentos en tiempo de Juliano Apóstata, habiéndole crucificado consumó el martirio (en el año 362, a ejemplo del divino Salvador pidió por sus verdugos estando pendiente en la cruz, y con sus oraciones logró la conversión de muchos).




 —Los santos mártires Carpóforo, presbítero, y Abundio, diacono, en el mismo día; los cuales, en la persecución de Diocleciano, primero fueron apaleados cruelmente, luego encarcelados sin darles de comer ni beber; después los volvieron a atormentar en el caballete, y al cabo de otro largo carcelaje fueron degollados.

—San Sindulfo, obispo y confesor, en Viena de Francia. Fué el trigésimo primero obispo de Viena, ilustre por sus esclarecidas virtudes, célebre por su sabiduría, y memorable por los establecimientos de piedad que dejó en su diócesis. Pastor vigilante y padre amoroso, reformó el clero y las costumbres públicas de su diócesis, y fué el amparo y el apoyo de todos los necesitados. Asistió a varios concilios, y murió en paz el año 669. 

San Deusdedit o Diosdado, obispo, en Brescia. Gobernó la iglesia de Brescia en santidad, y brilló en portentos. Tuvo que sufrir persecuciones y grandes disgustos de parte de los herejes de su tiempo, y por fin murió tranquilamente en el Señor.




—La Traslación de la santa casa de la Virgen María, en la cual Encarno el Verbo Divino, en Loreto en la marca de Ancona, la fiesta que se celebra hoy con este nombre es en memoria de la traslación de la santa casa de nuestra Señora al campo de Loreto, en la marca de Ancona. Comenzó a celebrarse en dicha provincia con misa y oficio propio en el año 1639. La propagó luego el papa Benedicto VIII, primero a todo el territorio del estado eclesiástico por los años de 1719, después a todos los pueblos sujetos a la república de Venecia, y últimamente a todos los dominios del rey católico de España. El hecho que dio ocasión a esta festividad, que es haber sido trasladada por manos de ángeles desde Nazaret a Dalmacia, y desde aquí al campo de Loreto, la casa de la santísima Virgen, esto es, la habitación en que fué visitada y saludada por el ángel, tiene a su favor testimonios muy esclarecidos. Dícese que sucedió esto en el pontificado de Celestino V, ó, según algunos, entre ellos Natal Alejandro, a principios del de Bonifacio VIII, esto es, por los años de 1294. El santuario de Loreto es muy frecuentado de los fieles de todo el mundo católico.


 

—Y en otras partes se hace la fiesta y la conmemoración de otros muchos santos Mártires, Confesores y santas Vírgenes.

 

 

Alabado y glorificado sea Dios eternamente.

 

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.

 

 


LA TRASLACIÓN DE LA SANTA CASA DE LORETO. —10 DE DICIEMBRE.

 


   Era justo que la Iglesia de España tuviese una fiesta particular para celebrar la común alegría y grande consuelo que recibieron todos los fieles cuando la majestad de Dios se dignó establecer en el seno de la Iglesia aquella santa mansión en que se obraron tantos misterios y maravillas. Su historia es verdaderamente admirable, pero ¿qué obras de Dios no merecerán justamente todas nuestras admiraciones? Es cierto que, si Dios no fuese capaz de hacer mucho más de lo que pueden imaginar los hombres, y que si el humano discurso y las débiles reglas de la crítica hubiesen de ser los límites a que se hubiese de estrechar la divina omnipotencia, esta tendría más de ilusión que de verdad. Pero los hombres, descendientes legítimos y herederos de las debilidades de aquel que quiso tener una sabiduría como la de Dios, pretenden con igual soberbia dar por verdadero o falso lo que de ellos conciben por tal, tal vez según sus caprichos; y examinan las obras de Dios, y las califican de apócrifas o legítimas según las reglas de su voluntad. Por esta causa, el hecho de la presente festividad, que se reduce a haber sido trasladada desde Nazaret a Dalmacia, y después a Piceno, aquella santa casa en que el Verbo divino se vistió de carne mortal, ha sufrido de los propios y extraños tantos exámenes, tantas contradicciones, que hubiera sido enteramente destruido o difamado, si la piedad sólida, unida con la verdadera sabiduría, no se hubiesen empeñado en sostener su autenticidad.


   Del número de estos esclarecidos varones fueron el venerable Pedro Canisio, el gran Baronio, su continuador Reinaldo, Turselino, Turriano, Venzonio y otros infinitos que sería largo referir, se hicieron varias comprobaciones para certificarse de la identidad de la santa casa por comisión de varios sumos pontífices, siendo los agentes hombres virtuosos, desinteresados, ingenuos y amantes de la verdad; y se halló después de todo que nuestro Dios y Señor quiso favorecer a los Cristianos en los tiempos más calamitosos con uno de los mayores favores que dispensó jamás su divina misericordia. Este fue la traslación de la santa casa de Nazaret, donde se crio y habitó la santísima Virgen, al campo Lauretano por ministerio de Ángeles, cuya historia deducida de los autores que mejor la escribieron es como sigue:


   Después que nuestro Redentor Jesús redimió al mundo por medio de una muerte ignominiosa, y que por medio de su resurrección y gloriosa ascensión subió triunfante a los cielos, quedó su santísima Madre triste, sola y desamparada. Éranla ya enojosos aquellos lugares y sitios de Jerusalén, en donde su Hijo había hecho tantos milagros, y había manifestado al mundo su doctrina. En todos ellos no veía otra cosa que la imagen de aquella muerte sangrienta con que habían quitado de en medio de los hombres al hijo de sus entrañas. Para no ver tan funestas imágenes, se retiró a su casa de Nazaret, en donde había sido criada, y en donde el divino Verbo había bajado a tomar carne de sus entrañas purísimas. En esta mansión dichosa fue en donde la visitaron los Apóstoles, en donde la sirvió y cuidó el evangelista san Juan, y en donde los primeros fieles celebraban los divinos misterios, viéndose en aquel corto recinto congregada muchas veces la augusta, la santa, la magnífica pero naciente Iglesia. Habiendo vivido la santa Virgen aquel tiempo que su Hijo juzgó necesario para que con su doctrina se arraigase más fuertemente el Evangelio, y con su presencia cobrasen nuevos ánimos los propagadores del Cristianismo, llegó aquella hora bienaventurada en que embriagada su alma santísima del amor de su Esposo, salió fuera de sí en un dulcísimo y soberano éxtasis, que la trasladó de la tierra al cielo, y solo con mucha impropiedad puede llamarse muerte. La santa casa en que se obraron tan grandes maravillas, que dio abrigo a Jesús, María y José, y cuyo terreno fue consagrado con la augusta presencia de tan grandes personajes, comenzó desde luego a recibir de los fieles aquella veneración y respeto que de justicia se la debía. Es tradición que, aun viviendo en ella la santísima Virgen, fue consagrada por san Pedro en iglesia, y que el Príncipe de los Apóstoles y vicario de Jesucristo celebró en ella el incruento sacrificio, dando el sagrado cuerpo y sangre de su Hijo Jesús a su Madre santísima, que le recibía en el adorable Sacramento con toda la ternura y devoción de su alma. Por esta causa el altar interior que existe actualmente en la misma santa Casa se llama altar de San Pedro, aludiendo sin duda a esta tradición antigua.

 

   Así se fué conservando la veneración de aquella santa Casa hasta principios del siglo III, en que, dada la paz a la Iglesia por Constantino el Magno, hubo ocasión de darla nuevo esplendor, siendo mayor la libertad de los Cristianos para profesar su religión, y coadyuvando la piedad y grandeza de Constantino y de su madre santa Elena. Establecida la corte de este Emperador por lo respectivo a Oriente en la nueva Roma edificada por él, y a la que dio el nombre de Constantinopla, que quiere decir ciudad de Constantino, comenzó santa Elena a dar una particular veneración a aquellos santos lugares en que había obrado nuestra redención Jesucristo. Á la casa de Nazaret, como tan principal entre todos ellos, la cupo la suerte de ser erigida en templo, formando sus paredes alrededor de la santa Casa, y en su frontispicio mandó poner esta inscripción: Esta es el ara en la cual se puso el fundamento de la salud del hombre. En los primeros tiempos fue llamada esta iglesia la casa de la Encarnación, y duró en ella por muchos siglos el fervor de los fieles como a un particular santuario. No solamente el Asia, sino el África y Europa enviaban de continuo muchos peregrinos piadosos, que solícitos de ver por sus ojos aquellos lugares sagrados en que se había obrado nuestra salud, ni los caminos largos los amedrentaban, ni eran parte los multiplicados peligros para que dejasen de poner por obra sus santas, intenciones. San Jerónimo hace mención de esta iglesia en la epístola a Eustaquio, por estas palabras: Es Nazaret, en donde vivió Cristo, una aldea de Galilea cerca del monte Tabor, por lo cual Nuestro Señor Jesucristo se llamó Nazareno. Tiene una iglesia en el lugar en que entró el Ángel a saludar a la santísima Virgen, y otra en donde Jesucristo fue criado. En estas palabras se da bastante a entender la veneración en que aquel sitio era tenido de los fieles; pero sucedieron después tiempos borrascosos, y su piedad hubo de sujetarse a todas las vicisitudes a que están expuestas las cosas humanas. En el año de 700 fue tomada Jerusalén por los sarracenos, y en su consecuencia fueron prostituidos todos los Santos Lugares. En el de 1050 ocuparon los turcos no solamente á Jerusalén, sino también toda la Siria; pero formando Urbano II una liga de príncipes católicos para la recuperación de la Tierra Santa, concurrieron poderosos ejércitos de todas partes del mundo cristiano; y en el año de 1100 volvieron los Cristianos a la posesión de Jerusalén y de la Siria. Sobrevinieron después los partos, y fue perdida otra vez Jerusalén, destruida y saqueada por aquellos bárbaros, sin que las lágrimas que derramaban los fervorosos cristianos al ver sus desacatos y crueldades lograsen piedad de sus corazones crueles, y misericordia del Dios de las venganzas, cuya justicia estaba irritada. San Luis rey de Francia, movido de su piedad, y de las instancias del Vicario de Jesucristo, juntó un ejército poderoso, y en el año de 1245 se embarcó con él para la Siria, con ánimo de libertarla del yugo de los infieles. ¿Quién creería que unos intentos tan santos no tuviesen de parte de Dios todo aquel auxilio y protección necesaria para ser llevados a debido efecto? Pero los juicios de Dios son muy distintos de los juicios del hombre, y el que pretenda averiguar sus arcanos será oprimido de la gloria. La peste y la mortandad asolaron el ejército de san Luis; y acometido de los bárbaros fue derrotado y vencido y hecho prisionero. Tal vez esta calamidad fue una especial disposición de la divina Providencia para que se restableciese la devoción a la santa casa de Nazaret. Habían vencido los sarracenos a san Luis; pero no habían arrancado de su corazón aquel celo y amor a la Religión que le había conducido a tan remotos países dejando las delicias de su reino. Por tanto, todo el tiempo que estuvo prisionero se empleó en restaurar la devoción y culto a los Santos Lugares, y muy particularmente a la santa casa de Nazaret, en la cual se conservan todavía algunas memorias de los dones con que la adornó y enriqueció su piedad regia. En el año de 1268 Benedocdar, general del Sultán, tomó a Antioquía, habiendo matado al filo de la espada diez y siete mil cristianos, y reduciendo otros cien mil á miserable esclavitud. En el de 1289 el Gran Sultán acometió a Tiro y Sidón, habiendo tomado antes y destruido a Trípoli; y obrando de acuerdo con él la facción de los gibelinos, le incitaron en el año 1291 a que tomase y destruyese á Ptolemaida, capital de la Fenicia, y único asilo que en aquellas partes tenían los Católicos. Se ejecutó así, y perdieron los Cristianos el reinado en la Siria, y toda la Palestina y Santos Lugares quedaron expuestos desde entonces a los desacatos de los infieles. Pagó bien el Sultán su atentado y temeridades, pues al año siguiente, cuando pensaba invadir a Chipre, y hacerla esclava de su poder, fue asesinado de los suyos, perdiendo de un solo golpe la vida y el reino.

 

   En esta última acción contraria a los Cristianos quedó la casa de Nazaret expuesta a los ultrajes y abominaciones de una gente pérfida, enemiga del nombre de Cristo. Pero Dios, que quería que aquella adorable mansión en que su omnipotencia había ejecutado las mayores obras tuviese la veneración y culto que se le debían, dispuso otra obra no menos digna de su grandeza y poder, la cual fue la traslación de esta santa Casa a tierra de cristianos. Día 9 de mayo de 1291, bien fuese por un soberano decreto de su omnipotencia, o por ministerio de Ángeles, la santa casa de Nazaret fue arrancada de sus cimientos y trasladada a Térsato, lugar de la Dalmacia. El descubrimiento de esta traslación fue prodigioso. Se hallaba enfermo gravemente el párroco del territorio de Térsato, llamado Alejandro: su enfermedad le había conducido a términos que ninguna esperanza había de que pudiese salvar la vida. Se hacían todas las disposiciones para los funerales, y todos los asistentes y feligreses suyos le contaban ya por difunto. En este mismo tiempo ven que se levanta de la cama sano, robusto, y como si tal accidente no hubiera tenido. Se quedan todos suspensos y pasmados al ver un caso tan maravilloso; todos acuden a él a preguntarle la causa, y a que les descifre quién ha sido el agente de tan grande maravilla. Entonces el párroco les anunció a todos como estando a los umbrales dé la muerte se le había aparecido la Madre de Dios, le había avisado de como en un collado vecino estaba la santa casa de Nazaret que acababa de ser allí trasladada, y que dicho esto la santísima Virgen se había desaparecido, dejándole perfectamente sano y convalecido de su dolencia. La relación de Alejandro causó no menos admiración en los que le oían, que había causado el milagro de su salud repentina. Todos se encaminaron al collado inmediatamente, sin que quedase en la población de Térsato persona que no aspirase a ser el primer testigo de una tan grande misericordia de Dios. Pero ¡cuánta fue su admiración y ternura cuando al llegar al collado hallaron una casa muy antigua y pequeña, en figura de capilla, la cual ninguno de aquellos habitantes había visto jamás en aquel sitio! ¡cuánta su consolación cuando entrando dentro hallaron un altar enfrente de la puerta con una imagen de Cristo crucificado, y en un nicho de la pared una efigie de María santísima con el niño en los brazos hecha de cedro, y en la misma figura que les había explicado antes el Párroco, a quien le fue también revelado que habían sido hechas por san Lucas! Cualquier cristiano que siente dentro de su corazón los verdaderos sentimientos de piedad que es capaz de producir nuestra Religión sacrosanta, se persuade fácilmente a que aquellos fieles venturosos se postrarían humildemente, besarían mil veces aquel suelo sagrado, y derramarían copiosas lágrimas de agradecimiento y de ternura. Creció esta notablemente cuando observando la celestial casita con más atención, vieron al fin de ella una ventana cuadrada, que desde luego supusieron seria por donde entró el Ángel a anunciar a María la encarnación del Verbo divino, y al testero de ella una chimenea en donde tantas veces se guarecerían del frio, y gastarían mucho tiempo en celestiales conversaciones Jesucristo, su Madre santísima y su padre putativo José. Á un lado de la puerta en un rincón a la mano izquierda hallaron también un vasar en donde encontraron algunos pocos platos, y unas escudillas de barro en que tomaban su pobre alimento las tres augustas personas de esta sagrada familia. Es indecible la ternura, alegría, admiración, compunción, sobresalto, lágrimas y otros semejantes afectos que experimentó aquella venturosa gente: dieron a Dios gracias infinitas por tamaño beneficio, y publicaron el caso por todas las regiones circunvecinas.


   No solamente los dálmatas, sino los esclavones, los croatos, y los habitantes de los países más remotos venían en tropas a visitar aquella bienaventurada habitación, y honrarla con dones y votos, manifestando una piedad verdaderamente cristiana. Pero muy en breve comenzó la desconfianza de los hombres a manifestarse, dudando de la identidad dé la casa, y poniendo dificultades sobre la posibilidad del suceso. Para desvanecer uno y otro pensaron los dálmatas enviar a Nazaret personas de autoridad y fidedignas, que confrontando las medidas de la casa con los cimientos que habían quedado en Nazaret, y examinando con sagacidad las demás circunstancias de la traslación, declarasen, bajo de juramento, si esta se había de tener por verdadera o por apócrifa. Se enviaron en efecto tres sujetos de los más nobles y distinguidos de Dalmacia, juntamente con el párroco Alejandro, los que llegados a Nazaret hicieron una confrontación escrupulosa de las medidas y del tiempo, y hallaron que todo probaba la identidad de la casa, y la verdad de la traslación. Las paredes de la santa Casa, que estaba en el collado de Térsato, correspondían exactamente en el grueso, anchura y longitud con los cimientos que habían quedado en Nazaret, y los habitantes de este pueblo, no obstante ser gente bárbara y enemiga del Cristianismo, confesaron ingenuamente el día y la hora en que la habían echado menos, que eran puntualmente los mismos en que el Párroco había tenido la revelación, había sido sanado de su enfermedad, y habían visto en el collado aquel desconocido edificio. Después de esta averiguación era la santa Casa venerada y frecuentada mucho más de los fieles; pero sin embargo no tenía toda aquella veneración y toda aquella seguridad que podría tener estando colocada en el seno de la Iglesia. Por tanto, a los tres años y nueve meses de haber sido trasladada a Térsato, quiso Dios hacer de esta santa Casa una nueva traslación, haciendo que sus santos Ángeles atravesasen con ella por los aires el mar Adriático, y la llevasen a la marca de Ancona, colocándola en una selva cuatro millas distantes dé la ciudad de Recanate, y una del mar. Sucedió esta segunda traslación el día 10 de diciembre del año de 1294, en cuyo día la celebra la Iglesia. La selva en donde fue colocada la santa Casa era posesión de una noble señora de Recanate llamada Laureta, de cuyo nombre vino luego después a llamarse aquel famoso santuario Nuestra Señora de Loreto. El concurso de peregrinos y de familias enteras que comenzaron a frecuentar aquel sitio, viniendo en peregrinación de las tierras más remotas, hizo que se detuviesen allí varias familias, y formasen sus habitaciones, de lo cual se formó una ciudad que se llamó Loreto, a la que Sixto V rodeó de murallas. En este mismo recinto se dice también que la santa Casa mudó de situación por dos veces, la una para evitar que los peregrinos fuesen asaltados de los asesinos y ladrones que se ocultaban en la espesura de la selva, y la otra para cortar el pleito de dos hermanos que se disputaban mutuamente la posesión del terreno en que estaba la santa Casa. Lo cierto es, que está situada en un terreno ameno y fertilísimo, y de un aire saludable después que fue talada la selva que la ceñía, y desecada una gran laguna que exhalaba vapores poco sanos.


   Referir la grandeza de esta santa Casa, la nobleza y majestad de su edificio, las inmensas riquezas con que la han enriquecido á porfía los Sumos Pontífices, los Emperadores, los Reyes, los Cardenales y todas las personas poderosas del universo, seria emprender un trabajo incapaz de reducirse a la estrechez de pocas páginas, y de poca utilidad para el principal fin que se intenta en la relación de estas festividades. 


   Hay libros enteros en donde puede verlas el curioso; por ahora basté decir que el templo edificado por Paulo II con el diseño del Bramante, comprendiendo en su centro a la santa Casa, es de la mayor magnificencia y grandeza que puede imaginarse. Los inteligentes saben que con ser pensamiento del Bramante tiene lo bastante para acreditar la grandiosidad y nobleza de su arquitectura. Por lo que corresponde a estatuas de mármol y de bronce, bajos relieves, mármoles preciosos exquisitamente embutidos de piedras finas, pinturas de los más famosos artífices, y demás adornos de toda clase, no cede a ningún otro templo del mundo. La multitud de sacerdotes penitenciarios, y demás asistentes para celebrar los divinos oficios con sagrada pompa y majestad es numerosísima, y no faltan hospitales bien provistos y todo género de provisiones para que se hospeden cómodamente los innumerables peregrinos que diariamente concurren de todas partes a venerar la santa Casa, ya sean príncipes y grandes señores, ya sean caballeros y nobles, o bien sean pobres y plebeyos. Lo que más sorprende a cuantos visitan este gran santuario de la cristiandad es el rico e inmenso tesoro que posee de oro, plata y piedras preciosas, en tanta copia, que con dificultad se encontrará en el mundo otro sitio en donde se vean juntas tantas preciosidades. Son muchos los salones y los armarios en que se custodian gran multitud de lámparas, blandones, candeleros, cruces, custodias, cálices, incensarios, coronas imperiales y aras, cadenas, toisones, anillos, pieles y otras innumerables piezas artificiosas hechas de oro, plata, cristal de roca, con ricas guarniciones de diamantes, esmeraldas, zafiros, topacios, crisólitos, ametistas, perlas gruesas, y cuanto puede imaginarse de raro, de rico y de precioso. El Sr. Felipe IV, rey de España, dio a la Señora un vestido con cincuenta y ocho bolones, y ciento doce alamares, todo de oro vaciado, y engastados en diferentes partes del vestido seis mil cincuenta y cuatro diamantes, muchos de ellos de una magnitud y brillantez asombrosa. La señora duquesa de Uceda regaló a María santísima un globo, un gran racimo o un montón de diamantes, rubíes y esmeraldas, todo cuajado de oro, y sobre él un pelícano formado de un gran rubí en ademan de herirse el pecho para alimentar a sus hijos. Á esta semejanza son todos los demás dones que se guardan en aquel santuario, hechos por los mayores príncipes y señores que ha tenido la tierra. Los Sumos Pontífices, poseedores de tan grande riqueza, conociendo muy bien que un tesoro tan inmenso, a distancia de una milla del mar, provocaba a un asalto repentino, y estaba expuesto a una incursión de piratas, le guarnecieron de fortines y murallas, colocando bastante artillería y el número de tropa necesario para guarnecerlo. Á proporción de las riquezas temporales que se conservan en esta santa Casa son también los espirituales beneficios que allí reciben los fieles. Los penitenciarios son muchos, y de todas las lenguas conocidas. Cuantas indulgencias y gracias han conferido los Sumos Pontífices a San Juan de Letrán, a Santa María la Mayor, a los Santos Lugares de Jerusalén, al sepulcro de Santiago, a la iglesia de San Pedro y a todas las demás basílicas del mundo, todas están concedidas igualmente a la santa Casa lauretana. Es verdad que este santuario es también el más digno de cuantos hay en el mundo por las grandes obras que en él se hicieron. En esta santa Casa fue concebida sin pecado original, nacida y educada la siempre Virgen María. En ella vivió por espacio de muchos años con su santo esposo José. En esta Casa recibió esta santa doncella aquella augusta embajada de toda la santísima Trinidad, por medio del arcángel san Gabriel, a la cual, dando su consentimiento, el Verbo divino se hizo hombre en sus purísimas entrañas, que es la obra mayor dé la omnipotencia. Dicho esto, se deja conocer fácilmente la multitud de prerrogativas, gracias y dones que le son debidos por haberse obrado en ella tantos y tan grandes misterios, y con cuánta razón y justicia celebra la Iglesia de España esta festividad, convidando a los fieles a que testifiquen su agradecimiento al Dios de las misericordias por medio del culto y veneración que tributen a esta santa Casa.

 

 

AÑO CRISTIANO

POR EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).

Traducido del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.