domingo, 2 de noviembre de 2025

CONMEMORACIÓN DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS -2 de noviembre

 



   La práctica de rogar a Dios por las almas del purgatorio, por la cual podemos mitigar las grandes penas que ellas están sufriendo, y hacerlas llegar más rápidamente a la eterna gloria, es muy agradable a Dios y beneficiosa para nosotros, pues todas ellas son sus esposas bienaventuradas, y estarán muy agradecidas a aquellas que la libraron de su prisión  o al menos mitigaron sus tormentos. Ciertamente, cuando ellas entren en el cielo, no se olvidarán de quienes hayan rezados por ellas. Es una piadosa creencia que Dios permitirán que otros recen, a su vez, por quienes hayan rezado por las benditas ánimas. Pidamos a Jesús y a su Santísima Madre por todas las almas del purgatorio, y sobre todo por las de nuestros padres, parientes, benefactores, amigos y enemigos, y también por aquellas almas que no tengan a nadie que recen por ellas.



ORACIÓN


                    Dales, Señor, el descanso eterno, y alúmbrelos la luz eterna (Salmo). A Ti, oh Dios, se deben himnos en Sión, y se te ofrecerán votos en Jerusalén: escucha mi oración, a Ti vendrá a parar toda carne. Dales, Señor, el descanso eterno… 
   


                                                       MISAL DIARIO

CATÓLICO APOSTÓLICO
ROMANO-1962.

LA CONMEMORACION DE LOS DIFUNTOS. —2 DE NOVIEMBRE.

 


   No queremos, hermanos que ignoréis lo tocante a la suerte de los muertos, para que no os aflijáis como los demás que no tienen esperanza. (I Tes., IV, 13). Este era el deseo del Apóstol escribiendo a los primeros cristianos; y el de la Iglesia hoy no es otro. En efecto, la verdad sobre los difuntos no pone sólo en admirable luz el acuerdo de la justicia y de la bondad en Dios: los corazones más duros no resisten a la misericordia caritativa que esa verdad infunde, a la vez que procura los más dulces consuelos al luto de los que lloran. Si nos enseña la fe que hay un purgatorio, donde las faltas no expiadas pueden retener a los que nos fueron queridos, también es de fe que podemos ayudarlos (C. de Trento, sesión XXV), y es teológicamente cierto que su liberación más o menos pronta está en nuestras manos. Recordemos algunos principios que pueden ilustrar esta doctrina.



LA EXPIACIÓN DEL PECADO



   Todo pecado causa en el pecador doble estrago: mancha su alma y le hace merecedor del castigo. El pecado venial causa simplemente un desplacer a Dios y su expiación sólo dura algún tiempo; mas el pecado mortal es una mancha que llega hasta deformar al culpable y hacerle objeto de abominación ante Dios; su sanción, por consiguiente, no puede consistir más que en el destierro eterno, a no ser que el hombre consiga en esta vida la revocación de la sentencia. Pero, aun en este caso, borrándose la culpa mortal y quedando revocada por tanto la sentencia de condenación, el pecador convertido no se ve libre de toda deuda; aunque a veces puede ocurrir; como sucede comúnmente en el bautismo o en el martirio, que un desbordamiento extraordinario de la gracia sobre el hijo pródigo logre hacer desaparecer en el abismo del olvido divino hasta el último vestigio y las más diminutas reliquias del pecado, lo normal es que en esta vida o en la otra exija la justicia satisfacción por cualquier falta.



EL MÉRITO


   Todo acto sobrenatural de virtud, por contraposición al pecado, implica doble utilidad para el justo; con él merece el alma un nuevo grado de gracia; satisface por la pena debida a las faltas pasadas conforme a la justa equivalencia que según Dios corresponde al trabajo, a la privación, a la prueba aceptada, al padecimiento voluntario de uno de los miembros de su Hijo carísimo. Ahora bien, como el mérito no se cede y es algo personal de quien lo adquiere, así, por lo contrario, la satisfacción, como valor de cambio, se presta a las transacciones espirituales; Dios tiene a bien aceptarla como pago parcial o saldo de cuenta a favor de otro, sea de este mundo o del otro el concesionario, con la sola condición de que pertenezca por la gracia al cuerpo místico del Señor que es uno en la caridad (I Cor., XII, 27).

   Es la consecuencia, como lo explica Suárez en su tratado de los Sufragios, del misterio de la Comunión de los Santos, que en estos días se nos manifiesta: “Creo que esta satisfacción de los vivos en favor de los difuntos vale en justicia y que es infaliblemente aceptada en todo su valor y conforme a la intención del que la aplica, de suerte que, por ejemplo, si la satisfacción que me corresponde me valía en justicia, percibiéndola yo, el perdón de cuatro grados de purgatorio, otro tanto se la perdona al alma por quien la ofrezco”.



LAS INDULGENCIAS



    Sabido es cómo secunda la Iglesia en este punto la buena voluntad de sus hijos. Por medio de la práctica de las Indulgencias, pone a disposición de su caridad el tesoro inagotable donde se juntan sucesivamente las satisfacciones abundantísimas de los Santos con las de los Mártires, y también con las de Nuestra Señora y con el cúmulo infinito debido a los padecimientos de Cristo. Casi siempre ve bien y permite que la remisión de la pena, que ella directamente concede a los vivos, se aplique por modo de sufragio a los difuntos, los cuales ya no dependen de su jurisdicción. Quiere esto decir que cada uno de los fieles puede ofrecer por otro a Dios, que lo acepta, el sufragio o ayuda de sus propias satisfacciones, del modo que acabamos de ver. Tal es la doctrina de Suárez, el cual enseña también que la indulgencia que se cede a los difuntos no pierde nada de la certeza o del valor que tendría para nosotros los que pertenecemos todavía a la Iglesia militante. Ahora bien, las Indulgencias se nos ofrecen en mil formas y en mil ocasiones.

   Sepamos utilizar nuestros tesoros y practiquemos la misericordia con las pobres almas que padecen en el purgatorio. ¿Puede existir miseria más digna de compasión que la suya? Tan punzante es, que no hay desgracia en esta vida que se la pueda comparar. Y la sufren tan noblemente, que ninguna queja turba el silencio de “aquel río de fuego que en su curso imperceptible las arrastra poco a poco al océano del paraíso”. El cielo a ellas de nada las sirve; allí ya no se merece. Dios mismo, buenísimo pero también justísimo, se ha obligado a no concederlas su liberación si no pagan completamente la deuda que llevaron consigo al salir de este mundo de prueba (S. Mateo, V, 26). Es posible que esa deuda la contrajesen por nuestra culpa o con nuestra cooperación; y por eso se vuelven a nosotros, que continuamos soñando en placeres mientras ellas se abrazan, cuando tan fácil nos es abreviar sus tormentos. Apiadaos, apiadaos de mí, siquiera vosotros, mis amigos, pues me ha herido la mano del Señor (Job., XIX, 21).



LA ORACIÓN POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO



   Como si el purgatorio viese rebosar más que nunca sus cárceles con la afluencia de multitudes que allí lanza todos los días la mundanalidad del siglo presente y acaso debido también a la proximidad de la cuenta corriente final y universal que dará término al tiempo, al Espíritu Santo ya no le basta sostener el celo de las cofradías antiguas consagradas en la Iglesia al servicio de los difuntos; suscita la Iglesia nuevas asociaciones y hasta familias religiosas, cuyo fin exclusivo es promover por todos los medios la liberación o el alivio de las almas del purgatorio. En esta obra, que es una especie de redención de cautivos, hay también cristianos que se exponen y se ofrecen a cargar sobre sí las cadenas de sus hermanos, renunciando para ello libre y voluntariamente, no sólo a sus propias satisfacciones, sino también a los sufragios de que se podían beneficiar después de muertos; acto heroico de caridad que no se debe hacer a la ligera, pero que aprueba la Iglesia (En el siglo XVIII propagaron esta devoción los Clérigos regulares Teatinos y la enriquecieron con gracias espirituales los Sumos Pontífices, Benedicto XIII , Pío VI y Pío IX. ); dicho acto da a Dios mucha gloria y, en el caso de un retardo temporal de la bienaventuranza, merece a su autor el estar más cerca de Dios para siempre, desde ahora por la gracia y después, en el cielo, por la gloria.


   Y, si los sufragios de un simple fiel tienen tanto valor, ¡cuánto más tendrán los de toda la Iglesia en la solemnidad de la oración pública y en la oblación del augusto Sacrificio en que Dios mismo satisface a Dios por todas las faltas! La Iglesia, desde su origen, siempre rezó por los difuntos, como antes lo hizo la Sinagoga (II Mac. XII, 46. ). Así como celebraba el aniversario de sus hijos mártires con acciones de gracias, así también honraba con súplicas el de los demás hijos, que quizá no estuviesen aún en los cielos. Diariamente se pronunciaban en los Misterios sagrados los nombres de unos y otros con el doble fin de la alabanza y de la oración; y, así como por no poder recordar en cada iglesia particular a cada uno de los bienaventurados del mundo entero, los incluyó a todos en una fiesta y en una mención común, así de igual manera hacía conmemoración general de los difuntos en todas partes y todos los días a continuación de las conmemoraciones particulares. Tampoco faltaban sufragios, observa San Agustín, a los que no tenían parientes ni amigos; ésos tenían para remediar su desamparo, el cariño de la Madre común.



MUERTE Y RESURRECCIÓN



   Mientras el alma, al salir de este mundo, suple en el purgatorio la insuficiencia de sus expiaciones, el cuerpo que dejó vuelve a la tierra para cumplir la sentencia lanzada contra Adán y su raza en el principio del mundo (Gen., III, 19). Pero la justicia es amor tanto para el cuerpo como para el alma del cristiano. La humillación del sepulcro es justo castigo de la falta original; más en ese retomo del hombre al polvo de la tierra de que fué formado, nos hace ver San Pablo además la siembra necesaria para la transformación del grano predestinado, que un día ha de volver a vivir en muy distintas condiciones (1 Cor., XV, 36). Es que, en efecto, la carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios (1 Cor., XV, 50) ni los que están sujetos a la corrupción aspirar a la inmortalidad. Trigo candeal de Cristo, según la palabra de San Ignacio de Antioquía, el cuerpo del cristiano es arrojado al surco de la tumba para dejar en él lo que tenía de corruptible, la forma del primer Adán con su flaqueza y su pesadez; mas, por virtud del nuevo Adán, que le vuelve a formar a su propia imagen, saldrá completamente celestial y espiritualizado, ágil, impasible y glorioso. Gloria al que sólo quiso morir como nosotros para destruir la muerte y hacer de su victoria nuestra victoria.

   La Iglesia continúa pidiendo con insistencia en el Gradual la liberación de los difuntos.




LA VOZ DEL JUEZ



   El purgatorio no es eterno. Su duración es infinitamente diversa según las sentencias del juicio particular que sigue a la muerte de cada uno; para ciertas almas más culpables o que, excluidas de la comunión católica, están privadas de los sufragios de la Iglesia, puede prolongarse a siglos enteros, aunque la misericordia divina se dignase librarlas del infierno. Más al fin del mundo y de todo lo que es temporal se ha de cerrar el purgatorio. Dios sabrá conciliar su justicia y su gracia en la purificación de los últimos llegados de la raza humana, supliendo, con la intensidad de la pena expiatoria lo que podría faltar a la duración. Pero, en lo que se refiere a la bienaventuranza, mientras las sentencias del juicio particular son con frecuencia suspensivas y dilatorias y dejan provisionalmente el cuerpo del elegido y del condenado a la suerte común de la sepultura, el juicio universal tendrá carácter definitivo tanto para el cielo como para el infierno, y sus sentencias serán absolutas y se ejecutarán al instante íntegramente. Vivamos, pues, a la expectativa de la hora solemne en que los muertos oirán la voz del Hijo de Dios. El que tiene que venir, vendrá y no tardará, nos recuerda el Doctor de las gentes (Hebr., X, 37); su día llegará rápido y de improviso como un ladrón, nos dicen con él (I Tes., V, 2), el Príncipe de los Apóstoles (II Ped., III, 10) y Juan el discípulo amado (Apoc., XVI, 15.), haciendo eco a la palabra del mismo Jesucristo (S. Mateo, XXIV, 43): como el relámpago sale del oriente y brilla hasta el occidente, así será la venida del Hijo del Hombre (S. Mateo, XXIV , 27).

   Asimilémonos los sentimientos expresados en el Ofertorio de los difuntos. Aunque las benditas almas del purgatorio tienen asegurada para siempre la eterna bienaventuranza y ellas lo saben bien, con todo eso, el camino más o menos largo que las conduce al cielo, se abre entre el peligro del último asalto diabólico y las angustias del juicio. La Iglesia, pues, abarcando con su oración todas las etapas de esta vía dolorosa, anda solícita para no descuidar la entrada; y no teme llegar para eso demasiado tarde. Para Dios, cuya mirada abarca todos los tiempos, la súplica que hoy hace la Iglesia, estaba ya presente en el momento del paso tremendo y procuraba a las almas la ayuda que aquí se pide. Además, esta misma súplica la va siguiendo a través de los altibajos de su lucha contra las potestades del abismo, de las cuales se sirve Dios como de instrumentos en la expiación reclamada por su justicia, según lo han comprobado más de una vez los Santos. En esta hora solemne, en que la Iglesia presenta sus ofrendas para el augusto y omnipotente Sacrificio, redoblemos nosotros también nuestros ruegos por los finados. Imploremos su liberación de las fauces del león. Supliquemos al glorioso Arcángel, prepósito del paraíso, sostén de las almas al salir de este mundo, su guía enviado por Dios (Antíf. y Responsorio de la fiesta de S. Miguel), que las conduzca a la luz, a la vida, a Dios mismo, que se prometió como recompensa a los creyentes en la persona de su padre Abraham. (Gen., XV, 1.).




“EL AÑO LITURGICO”
DOM PROSPERO GUÉRANGER
ABAD DE SOLESME.


sábado, 1 de noviembre de 2025

MES DE SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS – DÍA VIGÉSIMOSEXTO.

 

Compuesto por el Rev. P. Aniceto de la Sagrada Familia OCD en el año 1925.

  


Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

  


ACTO DE CONTRICIÓN


 

   Señor mío Jesucristo, con el corazón partido por el dolor que me causan los pecados cometidos contra Ti, vengo a pedirte perdón de ellos. Ten piedad de mí, oh Dios; según la grandeza de tu misericordia y según la muchedumbre de tus piedades, borra mi iniquidad. Mira mi humillación y mi trabajo, y perdona todos mis pecados. Espero de tus bondades que no entrarás en juicio con tu siervo, porque no hay entre los vivientes ninguno limpio, en tu presencia, y que me perdonarás todas mis culpas, y me darás la gracia para perseverar en tu santo servicio hasta el fin de mi vida. Amén.

 


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   ¡Oh Jesús! Maestro sapientísimo en la ciencia del amor, que aleccionaste en la escuela de tu corazón adorable a tu pequeñita esposa Santa Teresita del Niño Jesús, haciéndole correr por la senda del amor confiado hasta llegar a la cumbre de la perfección, yo te ruego te dignes enseñar a mi alma el secreto del Caminito de infancia espiritual como a ella se lo enseñaste; para esto vengo en este día a tu soberana presencia a meditar los ejemplos admirables que nos dejó tu regalada Santita. Escucha benigno las súplicas que ella por nosotros confiadamente te dirige. ¡Oh Jesús, si pudiera yo publicar tu inefable condescendencia con todas las almas pequeñitas! Creo que si, por un imposible, encontraras una más débil que la mía, te complacerías de colmarla de mayores gracias aún, con tal confiara por entero en tu infinita misericordia, Mas ¿por qué, Bien mío, deseo tanto comunicar los secretos de tu amor? ¿No fuiste tú solo quien me los enseñaste? ¿Y no puedes revelarlos a los demás? Ciertamente que sí, y puesto que lo sé, te conjuro que lo hagas: te suplico que fijes tus divinos ojos en todas las almas pequeñitas, y te escojas en este mundo una legión de Víctimas pequeñas dignas de tu amor… Dígnate escoger a la pobrecita de mi alma para el número de esa legión y haz, por tu piedad que, atraída por la fragancia de las virtudes de tu esposa, corra por la senda del bien hasta llegar a la perfección del amor. Amén.

DÍA VIGÉSIMOSEXTO – 26 DE OCTUBRE

 

MEDITACIÓNSED INSACIABLE

 

Sítio (Joan. XIX-28).

Sed tengo.

 

   Casi al término de la vida, consumada la obra de la enseñanza y a punto de acabarse la del ejemplo, Jesús pone en sus labios las palabras reveladoras del incendio de amor que consume la sangre del Corazón. «Sitio», tengo sed... sed insaciable de padecer más, aunque parece ya no caber más tormentos en aquella alma ahogada en un mar de congojas y en aquel cuerpo arroyado por ríos de sangre. Sed encendida y ardiente de glorificar a su Padre, y de hacer su voluntad, porque ese es, desde el momento de su aparición en la tierra, el manjar que come y esa la bebida que saciar su sed. Sed de atraer a todas las criaturas al centro de donde reciben la vida; sed de unir a los hijos con el Padre; sed de hacerles particioneros de su felicidad. Sed de compasión amical y de ver a todos libres del ominoso yugo del pecado. Sed de que los corazones reciban las corrientes de contrición, de esas aguas que refrigeran el calor de las pasiones y apagan la sed de la concupiscencia. Sed de que tengamos paciencia santa y de que aprendamos cuan necesario es el sufrimiento para la consecución del gozo eternal. Sed de mártires, que sufren gustosos los males de pena, por no caer en los de la culpa. Sed de la salvación de las almas, sed que sólo pueden mitigar las almas con sus lágrimas de arrepentimiento sincero y de amor sacrificado.

 

   Esta sed de Cristo la sienten las almas enamoradas, como la Santita de Lisieux. Un domingo, al cerrar el devocionario, después de terminada la santa Misa, quedó algo fuera de las páginas, una fotografía de nuestro Señor crucificado, asomando tan sólo una de sus manos divinas perforada y ensangrentada. «A su vista, experimenté un sentimiento nuevo, inefable. Se partió mi corazón de dolor al contemplar aquella sangre preciosa que caía en tierra, sin que nadie se apresurase a recogerla, y resolví permanecer siempre en espiritual de la cruz para recibir el rocío divino de la salvación y esparcirlo   después en las almas. Desde aquel día, el grito de Jesús moribundo: ¡Tengo sed! resonaba a cada instante en mi corazón, y lo encendía en un ardor vivísimo, hasta entonces para mi desconocido. Anhelaba dar de beber a mi Amado, me sentía yo también devorada por la sed de almas, y a todo trance quería arrancar de las llamas eternas a los pecadores. Mi primer hijo fue Pranzini, condenado a muerte por crímenes horrendos; su Impenitencia hacía temer la condenación eterna de su alma, quise evitar este mal irremediable. Dios mío, tengo la seguridad de que perdonaréis al desdichado Pranzini; lo creería, aunque no se confesase ni diese señal alguna de contrición; tanta es mi confianza en vuestra infinita misericordia. Pero, Señor, es el primer pecador que os encomiendo; por tanto, os suplico que me concedáis tan sólo una señal de su arrepentimiento para consuelo de mi alma. Mi oración fue atendida y Pranzini cogió el Crucifijo que le presentaba el sacerdote, besó por tres veces sus sagradas llagas...

   Había obtenido, pues, la señal deseada, y aquella señal era dulcísima para mí. ¿Por ventura no había penetrado en mi corazón la sed de almas al contemplar las llagas de Jesús, al ver correr su sangre divina?  Quería darles a beber esta sangre inmaculada, para que las purificase de todas sus manchas; los labios de mi primer hijo se posaron en aquellas divinas llagas. ¡Inefable respuesta! A partir de aquel beneficio tan singular, aumentó en ml cada día el deseo de salvar las almas; me parecía oír a Jesús decirme en voz baja como a la Samaritana: ¡Dame de beber! (S. Juan C. IV, 7.) Era un verdadero cambio de amor; vertía yo en las almas la preciosa sangre de Jesús y se las ofrecía luego al divino Señor refrigeradas con el rocío del Calvario. De este modo trataba yo de apagar su sed; pero cuánto más le daba de beber, más grande era la sed abrasadora de mi pobrecita alma, y estaba yo aquella sed ardorosa como la más deliciosa recompensa».

 

—Medítese un momento y pídase la gracia que se desea recibir.

 


EJEMPLO: CONVERSIÓN DE UN OBSTINADO

 

Carmelo de Metz. 30-7-1913.

   Un enfermo de X. causaba la pena de su familia y del buen cura párroco por su obstinación en la impiedad. El sacerdote había tratado en vano de acercarlo a Dios. La hermana enfermera del lugar, al tener conocimiento del caso, dio a la mujer del pobre desgraciado una reliquia de Sor Teresita y le dijo la colocara bajo la almohada del enfermo. Algunas horas después, con gran admiración de cuantos le rodeaban, el moribundo pidió un sacerdote y se confesó con grandes muestras de sincero arrepentimiento. Murió piadosamente al día siguiente, después de haber pedido perdón a los suyos de haberles escandalizado.

Sor María de la Inmaculada Concepción, Priora.


 

JACULATORIA: ¡Oh Santita querida! con tu poderosa influencia conquista para el cielo a las almas obstinadas.

 

ORACIÓN PARA ESTE DÍA


   ¡Oh compasiva Santita! que enamorada de la salvación de las almas y sabedora de cuán fácilmente se extravían y se pierden por los senderos floridos del mundo, querías a toda costa arrancar los pecadores de las llamas del infierno, y para lograrlo resolviste permanecer constantemente en espíritu al pie de la Cruz para recibir el divino rocío de salvación y derramarlo después sobre las almas, haz que mi corazón sienta deseos vehementísimos de salvarme y que mis obras no solo para mi eterna salvación, sino también para remedio de muchas que no quieren salvarse; y para más obligarte te recordamos tus inefables promesas en favor de tus devotos con las siguientes:

 


DEPRECACIONES



   ¡FIorecilla de Jesús, que con tus perfumes virginales atrajiste hacia ti las miradas del Esposo divino, haz que nuestras plegarias merezcan la bendición del cielo!

—Padrenuestro y Avemaría.

 

   ¡Virgen graciosa!, que supiste iniciarte en el corazón del Rey celestial, oyendo de sus labios divinos «Todo lo mío es tuyo», haz que se derrame sobre mi corazón la gracia de tu protección poderosa.

—Padrenuestro y Avemaría.

 

   ¡Oh celestial criatura!, que nos prometiste que tus oraciones serían en el cielo bien recibidas, ruega por nosotros y arroja la abundancia de gracias sobre nuestras almas, como la lluvia de rosas que prometiste hacer caer sobre la tierra.

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria Patri.

 

ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS


   ¡Oh Jesús! Atraído suavemente por el imán poderoso de tu amor a la escuela donde tus manos graciosas señalan a las almas el camino de la virtud infantil, tomo la resolución de poner en práctica tus enseñanzas a imitación de tu pequeñita esposa Santa Teresita. ¡Oh Jesús divino! Tú, misericordiosamente, te dignaste mirarla, y con solo la mirada de tus ojos claros, serenos, vestida la dejaste de tu hermosura. Dígnate, pues, te lo pido con fe, recompensar este devoto ejercicio, con la dulce y misericordiosa mirada dc tus ojos divinos. «Más qué digo, ¡Jesús mío! Tú sabes muy bien que no es la recompensa la que me induce a servirte, sino únicamente tu amor y la salvación de mi alma». Te lo pido por la intercesión de tu florecilla regalada. ¡Oh querida Teresita! Es preciso que ruegues por mí, para que el rocío de la gracia se derrame sobre el cáliz de la flor de mi corazón, para fortalecerlo y dotarlo de todo cuanto le falta. ¡Adiós, florecilla de Jesús! Pide que cuantas oraciones se hagan por mí, sirvan para aumentar el fuego que debe consumirme. Amén.

 

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

MES DE SANTA TERESITA DEL NIÑO JESÚS – DÍA VIGÉSIMOQUINTO.

 

Compuesto por el Rev. P. Aniceto de la Sagrada Familia OCD en el año 1925.

  


Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.


  

ACTO DE CONTRICIÓN

 


   Señor mío Jesucristo, con el corazón partido por el dolor que me causan los pecados cometidos contra Ti, vengo a pedirte perdón de ellos. Ten piedad de mí, oh Dios; según la grandeza de tu misericordia y según la muchedumbre de tus piedades, borra mi iniquidad. Mira mi humillación y mi trabajo, y perdona todos mis pecados. Espero de tus bondades que no entrarás en juicio con tu siervo, porque no hay entre los vivientes ninguno limpio, en tu presencia, y que me perdonarás todas mis culpas, y me darás la gracia para perseverar en tu santo servicio hasta el fin de mi vida. Amén.

 


ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   ¡Oh Jesús! Maestro sapientísimo en la ciencia del amor, que aleccionaste en la escuela de tu corazón adorable a tu pequeñita esposa Santa Teresita del Niño Jesús, haciéndole correr por la senda del amor confiado hasta llegar a la cumbre de la perfección, yo te ruego te dignes enseñar a mi alma el secreto del Caminito de infancia espiritual como a ella se lo enseñaste; para esto vengo en este día a tu soberana presencia a meditar los ejemplos admirables que nos dejó tu regalada Santita. Escucha benigno las súplicas que ella por nosotros confiadamente te dirige. ¡Oh Jesús, si pudiera yo publicar tu inefable condescendencia con todas las almas pequeñitas! Creo que si, por un imposible, encontraras una más débil que la mía, te complacerías de colmarla de mayores gracias aún, con tal confiara por entero en tu infinita misericordia, Mas ¿por qué, Bien mío, deseo tanto comunicar los secretos de tu amor? ¿No fuiste tú solo quien me los enseñaste? ¿Y no puedes revelarlos a los demás? Ciertamente que sí, y puesto que lo sé, te conjuro que lo hagas: te suplico que fijes tus divinos ojos en todas las almas pequeñitas, y te escojas en este mundo una legión de Víctimas pequeñas dignas de tu amor… Dígnate escoger a la pobrecita de mi alma para el número de esa legión y haz, por tu piedad que, atraída por la fragancia de las virtudes de tu esposa, corra por la senda del bien hasta llegar a la perfección del amor. Amén.

DÍA VIGÉSIMOQUINTO – 25 DE OCTUBRE

 

MEDITACIÓN: EL ASCENSOR DIVINO

 

Ego sum via, véritas et vita. (Joan. XIV, 6).

Yo soy el camino, la verdad y la vida.

 

   Los corazones que, en ansias de amores divinos inflamados, se han propuesto la imitación de las virtudes del modelo divino de predestinados han encontrado, con el auxilio de la gracia, en la meditación asidua de sus perfecciones adorables, motivos más que suficientes, infinitos, para hacer de si un traslado de sus virtudes; pero la insuficiencia humana no se abalanza a la totalidad de la empresa y, prudente, se propone la imitación de alguna de las virtudes que resplandecen en el Señor. Más en la celestial criatura Santa Teresita vemos que en su deseo infantil de «abarcarlo y tomarlo todo» ha querido alcanzar la totalidad de la santidad en todos sus grados.

 

   «Pensando que había nacido para la gloria, y buscando el modo de alcanzarla me fue revelado interiormente que mi gloria no aparecería jamás a los ojos de los mortales, sino que consistiría en llegar a ser santa. Parece esto un despropósito, si se considera cuán imperfecta era yo entonces y cuánto lo soy todavía después de tantos años pasados en religión; a pesar de esto, siento siempre la misma confianza audaz de llegar a ser una gran santa. No cuento con mis méritos, puesto que no tengo ninguno; más espero en Aquel que es la Virtud y la Santidad misma. Contentándose Él con débiles esfuerzos, me elevará hasta su grandeza, me cubrirá con sus méritos y me hará santa». Pero sabedora que la cooperación del alma en la empresa de la santidad, es indispensable, en su ingeniosa inteligencia buscó el medio que, siendo humano, la acción fuese del todo divina. Así valiéndose del conocimiento del ascensor escribió las siguientes sublimes palabras: «También yo quisiera encontrar un ascensor para elevarme hasta Jesús, porque soy asaz pequeña para subir la ruda escalera de la perfección. He buscado, pues, indicaciones en los Libros Santos para hallar este ascensor, objeto de mis deseos, y he dado con estas palabras, salidas de la misma boca de la Sabiduría eterna: Si alguien es muy pequeño que venga a mí» (Prov. IX, 14.) Me acerqué, pues, a Dios y adiviné que había encontrado lo que buscaba; más deseando saber lo que haría con los pequeñuelos, he proseguido mis investigaciones y he aquí el que he hallado: Así como una madre acaricia a su hijo, te consolaré, te recostaré en mi seno y te meceré en mi regazo. (Is. LXVI, 13.) ¡Ah, jamás se regocijó mi alma con palabras más tiernas, más melodiosas que éstas!

 

   Vuestros brazos, oh Jesús mío, son el ascensor que ha de elevarme hasta el cielo. Para esto no necesito crecer, sino al contrario, achicarme cada vez más. Oh Dios mío, habéis Superado cuanto podía yo esperar: por Mi eso habéis superado cuanto podía yo esperar, por eso quiero cantar vuestras misericordias. Instruido desde mi juventud, y hasta el presente he publicado vuestras maravillas; seguiré haciéndolo hasta mi edad provecta (Salmo LXX, 18.)

 

   En la posesión del secreto se dedicó a la imitación de las virtudes infantiles del divino modelo. Que no sin divina Providencia se le puso bajo la tutela del Niño de Belén. «En lo cierto estaría quien dijese que, dándole su nombre, el Divino Infante se propuso premiar el cuidado, las virtudes que había tenido ella, de honrar de su infancia. Y ¿por qué no hemos de añadir, que en aquel nombre nuevo la piadosa Carmelita encontró un nuevo estímulo para abandonarse siempre mejor en manos de Dios? El Niño de Belén era por ella contemplado en brazos de su Santísima Madre, dócil y pronta a dejarse trasladar de Belén a Egipto y de Egipto a Nazaret; por esto ella se ponía en brazos de las reglas del Carmelo y se dejaba guiar hacia donde la obediencia la conduela. El divino Obrero de Nazaret aparecía a sus ojos siempre atento a los trabajos que le confiaba su padre putativo, siempre obediente a la menor Indicación del representante de la autoridad del Padre celestial y siguiendo sus huellas, Sor Teresita se apresuraba a poner en práctica cuanto se le ordenaba por la Priora y por la Maestra y lo hacía todo con tanta perfección, sin prorrumpir jamás en quejas, sin permitirse la más ligera observación, cual si hubiera carecido de voluntad propia. Fue tan admirable en Teresita esta imitación de las virtudes del Niño Jesús, que, si ya no le hubiese tocado en suerte el nombre del Niño de Belén, sus hermanas hubieran tenido que apellidarla con tan bendito nombre. Sabido es que un día el Divino Maestro se apareció a su Santa Madre, y habiéndole preguntado cómo se llamaba, respondió la pía Fundadora del Carmelo: Teresa de Jesús, mereciendo que a su vez le dijese el Señor: pues yo soy Jesús de Teresa.  No de otra manera la Carmelita de Lisieux podía decir que era su nombre Teresita del Niño Jesús, puesto que Jesús Niño era el Maestro y el modelo de Teresita». (Disc. de S. S. Benedicto XV.)

 

—Medítese un momento y pídase la gracia que se desea recibir.

 


EJEMPLO: CONVERSIÓN DE UN CAPITAN DE INFANTERÍA COLONIAL

 

Paris, 1-9-1913.

   Una casualidad providencial puso en mis manos la Historia de un alma. Empecé su lectura el 28 de agosto de 1913. El 29 del mismo acabé las últimas líneas profundamente conmovido y sumido en lágrimas. Sentí una emoción tal que al día siguiente el indiferente hasta entonces se confesaba y comulgaba en Nuestra Señora de las Victorias.

 

   Sor Teresita ha cambiado mi corazón, bajo su protección quiero en adelante seguir su Caminito de amor y confiado abandono, persuadido que conduce derecho al cielo, a la puerta del cual, la Santa querida, confío me esperará para introducirme en la gloriosa, donde le deberé el vivir eternamente.


JACULATORIA: Oh angelical Santita: condúcenos solicita por la senda segura de tu caminito.

 


ORACIÓN PARA ESTE DÍA



   ¡Oh regalada florecilla del Niño Jesús! que reconociendo cuán fácil y seguro es el camino de imitación de las virtudes de Jesús infante, te consagraste enteramente a Él, poniéndote a su disposición, como un juguete en las caprichosas manos de un niño, mereciendo por esta humilde confianza que sus divinos brazos fuesen el ascensor que te elevó a las más altas cumbres de la santidad, alcánzame la dicha de merecer la protección de Jesús en la imitación de sus virtudes; y para más obligarte te recordamos tus inefables promesas en favor de tus devotos las

siguientes: 

 

DEPRECACIONES



   ¡FIorecilla de Jesús, que con tus perfumes virginales atrajiste hacia ti las miradas del Esposo divino, haz que nuestras plegarias merezcan la bendición del cielo!

—Padrenuestro y Avemaría.

 

   ¡Virgen graciosa!, que supiste iniciarte en el corazón del Rey celestial, oyendo de sus labios divinos «Todo lo mío es tuyo», haz que se derrame sobre mi corazón la gracia de tu protección poderosa.

—Padrenuestro y Avemaría.

 

   ¡Oh celestial criatura!, que nos prometiste que tus oraciones serían en el cielo bien recibidas, ruega por nosotros y arroja la abundancia de gracias sobre nuestras almas, como la lluvia de rosas que prometiste hacer caer sobre la tierra.

—Padrenuestro, Avemaría y Gloria Patri.

 


ORACIÓN FINAL PARA TODOS LOS DÍAS


   ¡Oh Jesús! Atraído suavemente por el imán poderoso de tu amor a la escuela donde tus manos graciosas señalan a las almas el camino de la virtud infantil, tomo la resolución de poner en práctica tus enseñanzas a imitación de tu pequeñita esposa Santa Teresita. ¡Oh Jesús divino! Tú, misericordiosamente, te dignaste mirarla, y con solo la mirada de tus ojos claros, serenos, vestida la dejaste de tu hermosura. Dígnate, pues, te lo pido con fe, recompensar este devoto ejercicio, con la dulce y misericordiosa mirada dc tus ojos divinos. «Más qué digo, ¡Jesús mío! Tú sabes muy bien que no es la recompensa la que me induce a servirte, sino únicamente tu amor y la salvación de mi alma». Te lo pido por la intercesión de tu florecilla regalada. ¡Oh querida Teresita! Es preciso que ruegues por mí, para que el rocío de la gracia se derrame sobre el cáliz de la flor de mi corazón, para fortalecerlo y dotarlo de todo cuanto le falta. ¡Adiós, florecilla de Jesús! Pide que cuantas oraciones se hagan por mí, sirvan para aumentar el fuego que debe consumirme. Amén.

 

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.